3.1. Evolución política de Al Andalus: conquista, emirato y califato de Córdoba


La presencia de los musulmanes en la Península se debió a la confluencia de dos procesos: la crisis interna de la monarquía visigoda y la expansión del Islam por el N. de África.
A la muerte del rey visigodo Witiza (710), el duque de la Bética encabezó una revuelta y ocupo el trono, desencadenándose una guerra civil entre grupos nobiliarios rivales. El bando witizano solicitó la  ayuda del gobernador del norte de África, Musa, quien envió en el 711 una expedición dirigida por Tarik que trasladó 7.000 hombres, en su mayoría beréberes hasta Gibraltar (Yabal Tarik). El ejercito del conde Rodrigo fue derrotado en la batalla de Guadalete; Musa cruzó el estrecho con un nuevo ejército y, uniéndose con las tropas de Tarik en Toledo, conquistaron la Península de sur a norte en un plazo breve (711/715); controlado los puntos clave del territorio, estableciendo guarniciones militares y llegando a acuerdos con la población local a los que respetaban su autogobierno, mantenían sus tierras y toleraban su religión a cambios del pago de impuestos.
Los conquistadores pertenecían a dos grupos étnicos diferentes:
– Árabes, procedentes de la Península Arábiga que se asentaron en los valles del Guadalquivir y Ebro; controlaron los latifundios y establecieron su residencia en las ciudades.
- Beréberes, originarios del norte de África, se establecieron en las altas tierras de la Meseta, sufriendo un reparto desigual de tierras por parte de la aristocracia árabe, esto determino la rebelión y abandono de sus territorios. Para sofocar la rebelión del 741, los árabes reclamaron ayuda de grupos sirios que se establecieron posteriormente en Al-Ándalus por lo que la población musulmana, muy heterogénea desde el punto de vista étnico y con fuertes rivalidades, impidió el surgimiento de una conciencia unitaria. Así, las disputas étnicas reforzaron las tendencias disgregadoras durante toda la historia de Al-Ándalus.
Entre el 714/756 el poder político de Al-Ándalus fue asumido por un Walí o Emir dependiente del califato de Damasco del cual la península era una provincia. Para someter las áreas conquistadas el territorio se dividió en Coras (circunscripciones de menor tamaño que las antiguas provincias romanas).
Los dirigentes de las ciudades más importantes fueron sustituidos por gobernadores árabes y para reforzar el control del valle del Guadalquivir se estableció la capital en Córdoba, creándose tres áreas defensivas en las fronteras del territorio conquistado denominadas marcas en torno a Mérida, Toledo y Zaragoza.
La batalla de Covadonga (722), garantizó la independencia del pequeño núcleo cristiano de Asturias y la de Poitiers (732) contra los francos, obligó a los musulmanes a admitir los Pirineos como frontera natural.
El periodo denominado emirato dependiente se caracteriza por la inestabilidad política debido a los enfrentamientos entre los propios grupos musulmanes.
En el 750 una nueva dinastía, de los Abasíes, expulsa a los Omeyas y traslada la capital, del califato a Bagdad, un superviviente de los Omeyas, Abd al-Rhaman I, se trasladó a Al-Ándalus proclamándose Emir independiente del califato de Bagdad en el 756, iniciándose una etapa de consolidación y reorganización del poder musulmán, ya que su hijo estableció un sistema sucesorio que se mantuvo durante los dos siglos siguientes.
El paso definitivo para la independencia de Al-Ándalus lo dará el Emir Abd al-Rhaman III en el 929 al proclamarse Califa, es decir líder político y religioso. El califato supuso le hegemonía de Al-Ándalus sobre los reinos cristianos del norte, que se convirtieron en sus vasallos y tributarios, mediante el establecimiento de una dictadura militar al mando de Al-Mansur; asimismo fue la época de máximo esplendor cultural y artístico, en especial durante el reinado de su hijo y sucesor Al-Hakam II.
Las luchas entre bandos rivales caracterizaron la fase final del califato, así, en el 1009 estalló una revolución en Córdoba obligando a Hisham II a abdicar; este fue el punto de partida de una guerra civil en la que se sucedieron vertiginosamente los califas nombrados por los beréberes, los andalusíes de Córdoba

y los mercenarios eslavos. Finalmente en el 1031 una rebelión depuso al último califa (Hisham III) y con él finalizó la unidad de Al-Ándalus, que se fragmentó en multitud de reinos de taifas, resultado de las divergencias existentes en el seno de la población islámica dirigente.



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